7.08.2013

Confesión de un Padre: agradezco a Dios por no abandonar a mi hija con sindrome de Down



El día en que nació mi hija Marley, fui directamente a su cuna y la sostuve por más de dos horas. Simplemente la cargué y lloré, porque nunca en mi vida había sentido tanto amor por alguien. Creo que las enfermeras pensaron que estaba loco porque finalmente me dijeron que tenía que ir con mi esposa. Tres días después, antes de salir del hospital, el pediatra nos dijo que pensaba que Marley podría tener síndrome de Down. Mi reacción fue: ¡Debes estar bromeando!

De inmediato tuve un ataque de pánico y me llevaron a la sala de emergencias. Los pensamientos se agolpaban en mi mente: ¿Cómo era posible que mi hija perfecta tuviera síndrome de Down? ¿Cómo era posible que no estuvieran seguros? ¿Cómo era posible que cuando hicieron el ultrasonido general no nos dijeron que teníamos una probabilidad de uno en 18,000 de tener un hijo con síndrome de Down? ¿Por qué Dios me está castigando? ¿Cómo podría vivir con una hija a la que todos rechazarían… incluido yo?

Durante el primer año de vida de Marley, caí en una profunda depresión. Mi esposa estaba preocupada por mí, así que empecé a tomar antidepresivos y a visitar a un terapeuta. Consideré dejar a mi esposa, dar en adopción a mi hija o suicidarme.

Hace años mi padre me dijo: “Si quieres resolver un problema, tienes que hacer algo al respecto”.
Seguí su consejo. Primero, traté de aprender lo más que pude sobre cómo criar a un hijo con síndrome de Down. Luego, empecé a llamar a todas las familias que tenían un niño con síndrome de Down que pude encontrar. Les debo mucho a esas familias porque estaban dispuestos a hablar conmigo a pesar de la diferencia de horario de 12 horas entre Bangkok y Estados Unidos.

También empecé a obligarme a interactuar con mi hija. Ella quería desesperadamente que la empezara a querer y me amó hasta que me rendí e hice lo mismo. Temía aceptarla porque eso implicaba aceptar su discapacidad. Sin embargo, era mi ignorancia lo único que me impedía amarla.

Cuando vencí las egoístas expectativas que tenía respecto a Marley, poco a poco empecé a ver a la hermosa niña que cambiaría mi vida para siempre.

Finalmente, hablé con Dios. Hablé con él como si estuviera sentado junto a mí porque esa era la auténtica barrera en mi vida. Fui honesto con Dios durante todo el proceso; entonces empecé a encontrar paz. La sanación es un proceso, un viaje. Nunca habría experimentado esta transformación en mi vida si Marley no hubiera nacido.

Literalmente da brillo a mi día cuando la veo. Ahora tiene dos años y a esta edad todos los niños se desarrollan a ritmos diferentes. Marley puede caminar, nadar, hacer señas y decir palabras; puede arrojar y patear una pelota, seguir instrucciones sencillas y hacer berrinches. También sabe cómo manipular a sus abuelos.

Principalmente, agradezco a Dios por Marley. Recuerdo orar durante esas dos semanas en las que esperaba que confirmaran el diagnóstico. “Dios, si sanas a mi hija, renunciaré a mi propia salvación”.
Dios no necesitaba mi salvación… ese fue su regalo para mí, así como Marley es un regalo para nosotros.

En realidad aún estoy triste porque Marley tiene síndrome de Down, pero empiezo a darme cuenta de que Dios nos puede bendecir sin importar nuestra situación. Nunca podré entender del todo por qué Marley tiene síndrome de Down, pero sé que ella ha hecho la diferencia en mi vida, en la vida de mi esposa y en la vida de muchas personas de nuestra comunidad.

Los padres de Marley tienen la fundación "If They Have a Voice" un sitio web en el que exploran lo que ocurre en el vientre materno con los niños que tienen síndrome de Down.



Fuente principal: cnnenespanol.com; http://iftheyhadavoice.org/ 

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