Para entender la vulnerabilidad de un extranjero tal como lo plantea la Biblia, igualándolo a una viuda y a un huérfano, basta con emprender la aventura de salir de su tierra para establecerse en otra, con la decisión de quemar las naves y abrirse paso en una nueva nación; es necesario experimentar esa sensación de que no hay retorno, de que el último tren acaba de salir sin ti.
Es quizá una de las emociones más
extrañas que te lleva a experimentar desde un profundo cosquilleo en el
estómago, hasta una larga inhalación de aire caliente con la mirada perdida; y
es talvez porque el único soporte para recomenzar es la vaga promesa de
apoyo hecha por un familiar o amigo con quien hace mucho no compartes, la capacidad
de aferrarse a un ofrecimiento o la esperanza de alcanzar mejores
oportunidades.
Es impresionante cómo se desvanecen
esa emoción y esa expectativa que nos impulsó durante los
preparativos del viaje tan sólo a unas semanas del desembarque, es
entonces cuando empieza ese duro proceso de transformación; una metamorfosis
de turista a inmigrante. Es ese tiempo frio y oscuro del cual
muchos prefieren no hablar, pues resulta más emocionante narrar los aciertos
que las grandes decepciones.
Y es de este tiempo o desierto, como
llamamos los creyentes a este proceso, del cual nos gustaría hablar en una
primera entrega, con la humilde intención de ilustrar a quien toma
la decisión de empacar sus sueños y emprender la increíble aventura
de expandir su horizonte en tierras extranjeras, pues así como suele ser una
desagradable vivencia en algunos, puede también convertirse para otros en
la mayor escuela para madurar, moldear el carácter y crecer en fe.
Serán determinantes algunos factores
claves para salir airosos en esta impredecible travesía como son: definir una
meta a corto y otra a largo plazo antes de llegar a nuestro destino, ejercitar
la perseverancia, el perdón, el optimismo y la flexibilidad a cambios
inesperados, sin olvidar la importancia de integrarse a una familia de fe
donde se fomenten estos principios constantemente; esto indudablemente
nos ayudará a avanzar con la seguridad de que el futuro siempre será
mejor que el presente.
"El
Señor protege a los extranjeros, sostiene al huérfano y a la viuda, pero
trastorna el camino de los impíos". Salmos 146:9
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