El mundo huele raro, se estremece con tensión y por todas partes se respira dolor, angustia, ansiedad. Se escuchan ruidos de bombas, explosiones y tableteo de las metralletas desde Nairobi, Bagdad, Siria e incluso en cualquier ciudad del primer mundo.
¿Qué nos pasó? los pocos que saben, callan. Quizás les conviene lo peligroso que se está convirtiendo nuestro hábitat. Los heridos y muertos se cuentan por decenas y decenas; ya casi ni impresionan. Las pantallas de nuestros televisores nos traen diariamente un parte peligroso. Casi todos nos creemos con derecho a estar informados y consumimos toda la violencia y el caos de nuestro mundo. Parece un espectáculo de mal gusto.
Las guerras nacen todos los días y a la gente ni le interesa saber por qué. Lo que si queda claro, es que en cualquier rincón del mundo donde hay guerras, hay armas de todos los calibres y muchas. Evidentemente hay un plan macabramente organizado. Los señores de la guerra están por doquier y nos empujan al holocausto.
Duele ver a los niños y las personas inocentes ser partidos y arrancados de cuajo de sus casas por la ola de violencia que se expande por el mundo. Después de algunas fronteras, los campos de refugiados son estampas crueles de esta nueva realidad. Allí en los lugares difíciles donde la gente llora de rabia por el dolor de las guerras y los actos terroristas, las miradas se pierden en el infinito y las preguntas quedan sin respuestas. Pese a todo, desde algún lugar alejado del poder, siempre surge una esperanza. Alguien reparte agua, cocina trigo o arroz, distribuye la harina, el pan; entrega frazadas, cura los heridos, sostiene las manos de los que mueren y hasta canta una canción acompañada con lágrimas gruesas.
Dios siempre está presente en los lugares extremos. El tiene sus gentes allí. Ellos aman en los lugares donde las bombas y los tiros creen haber matado el amor. Son gentes que se han negado a marcharse aunque la tensión aumente y sus vidas tengan precio. Ellos creen que si hay un lugar donde deben estar ahora mismo es donde la gente que aman está sufriendo. Yo no tengo todos sus nombres, pero como si fuese una oda a sus ministerios que es el de Dios, levanto a los Gideon en Kenya, los pastores que ofician en Bagdad, los que ministran en Mogadiscio, a los que se han negado a abandonar Siria; los que sufren en Egipto; a todos aquellos que en cualquier lugar difícil, en un contexto peligroso, siguen amando y se levantan todos los días para arar con fe la tierra dura donde les toca servir.
A muchos más, algunos amigos cercanos como los de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Haití y en nuestra querida Quisqueya; otros no conocidos; a todos esos anónimos que son señales de esperanza en tierra de dolor.
!Que bendición son ustedes! Gracias por interpretar la melodía de Dios para este tiempo.
Francis Montas
Es Pastor y tambien periodista dominicano
Dirige el Ministerio Casa Joven
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